viernes, 18 de marzo de 2011

EL TSUNAMI DEVASTADOR

            El 11 de marzo último, viernes, saltó la noticia que conmovió al mundo:un devastador terremoto de 8´9 en la escala Richter ha sacudido a Japón ocasionando incontables muertos, miles de desaparecidos y daños materiales sin cuento. El tsunami, con olas de  más de 10  metros, ha destrozado su costa noreste, penetrando 5 kilómetros en tierra firme y asolando las prefecturas de Fukushima, Miyagi y la ciudad de Sendai, arrastrando, consigo, barcos, casas, personas y todo lo que encontraba a su paso y hasta se hablaba de trenes costeros que, es muy probable, hayan sido engullidos por el mar, junto a sus ocupantes. Había ya, en estos primeros momentos de la tragedia, más de 300 cadáveres sobre las playas de Sendai, uno de los núcleos más afectados. También se divulgaba por las agencias que  cuatro millones de hogares carecían de electricidad, que 11 centrales nucleares habían suspendido su actividad y que estaban afectadas, de manera especial, las centrales de Fukushima y Onagawa, con incendios comprobados, y que, en la primera, había problemas para enfriar el reactor, con un nivel de radiación 1.000  veces superior al normal y que más de 40.000 personas de la zona habían sido evacuadas. Podía convertirse en una catástrofe como la de Chernobil, en Ucrania, que tanto daño irreparable provocó en la población civil y aún sigue mostrando su cara letal. Al parecer, un fallo eléctrico había parado el sistema de bombeo de agua que enfría el reactor.  La presión de las turbinas supera los límites diseñados  y el nivel de radiación crece. Esto podría provocar fugas reactivas, pero es imprescindible que el sistema de enfriado continúe funcionando. También, según la agencia Kyodo, se han producido cerca de un centenar de incendios  en escombros, distintos materiales y viviendas. Incluso las agencias alertaban de otros tsunamis en el Océano Pacífico. El hipocentro del seísmo se ha situado a 24 kilómetros de profundidad, a 130 kilómetros de la costa, y se produjo a las 14´46, hora local, y están en alerta las costas de Indonesia, Taiwán, , Hawai, Rusia...,hasta la costa oeste norteamericana. Y no dejan de producirse réplicas en la zona; más de veinte de extraordinaria magnitud: superior a seis grados en la citada escala. Como era de prever  y necesario, además, Yukio Edano, portavoz del Gobierno nipón, además de no ocultar la amarga  verdad, indicando que es el mayor seísmo en la historia de Japón, ha pedido a la población que se mantenga alerta ante las réplicas inevitables que puedan producirse y que le ha obligado a evacuar a miles de personas de las zonas de riesgo. Y ha pedido a EE.UU. la ayuda de sus 40.000 hombres que allí permanecen, para el transporte de material de socorro a los lugares de la desgracia. También la economía nipona se ha resentido. Y el índice Nikkei de la bolsa de Tokio  ha caído un 1, 72 por ciento. Esto que acabo de reproducir es lo que, más o menos, dicen todas las agencias sobre el tremendo drama que se cierne sobre el preparado pueblo japonés. Digo lo de preparado, porque es un pueblo que vive en el filo de la navaja de terremotos y temblores, pues está asentado en las zonas sísmicas más activas de nuestro planeta. Y un temblor ordinario no causa sobresalto especial en sus gentes. Esa debilidad la tiene asumida hace mucho tiempo. Y ya sabe como actuar y cómo moverse en esos momentos en los que otros pueblos se llenan de pavor. El mismo Gobierno instruye al pueblo con las normas más adecuadas para solventar esa situación. Y esas normas afectan, además, a la construcción. Su  casas, sus bloques, sus rascacielos gozan de la seguridad máxima, dentro de lo que es posible. El propio Tokio, amenazado con un terremoto  de gran dimensión, es una de las capitales más pobladas del mundo y no ha prescindido de la altura. Ha construido rascacielos impresionantes, pero dentro de esa máxima seguridad, a prueba de terremotos de gran escala. Estamos viendo a un pueblo japonés dentro de la inevitable desgracia y de las fotos dantescas de pueblos que desaparecen sin dejar huellas de sus habitantes, de montones de amasijos de enseres, de desgracias y desolaciones sin cuento, ordenado, consciente, responsable,  con una dignidad ante la desgracia inevitable, que nos llena de admiración. Si esta inmensa tragedia se hubiese producido en otro lugar del planeta, las proporciones no tendrían límite. Este pueblo volverá a surgir y a levantarse y a seguir viviendo y prosperando como una de las primeras potencias económicas del mundo. No me cabe duda. Hoy, quizás, lo que más preocupa es el estado, cada vez más deteriorado, de su central nuclear de Fukushima, que parece ser va a sembrar de letales consecuencias la región, a la altura de Chernobil. Es el drama que más acusa la prensa, que teme el mundo y no digamos el Gobierno japonés y su pueblo. Ante el temor real de que aumenten las radiaciones en un nivel alarmante, los países con ciudadanos en la maltratada nación los están evacuando, con celeridad, de sus puestos de trabajo, pues muchos de esos ciudadanos trabajan en sus empresas radicadas en Japón. Estos países comienzan a sentir temor y pánico sobre sus consecuencias radioactivas y son los que invitan a sus propios ciudadanos a salir del país o a trasladarse a una distancia prudencial de la central y así evitar las inevitables fugas radioactivas. Pero no es tarea fácil. Hay compañías que han cancelado sus vuelos o los reprograman desde aeropuertos más seguros. Aunque los niveles de radiación aún no son alarmantes para la salud pública,  sí lo son, y mucho, para los trabajadores que operan en la planta para evitar ese desastre nuclear, que sí afectaría a muchos miles de personas. Los expertos consideran que una radiación de 1.000 mSv ya produce reducción de leucocitos, fiebre y náuseas. Con dosis superiores, perdidas de pelo, lesiones en la piel y alta probabilidad de desarrollar cáncer a medio o largo plazo. Con niveles superiores, enfermedades irreversibles en pocas semanas, si no son atajadas sobre la marcha. La mayoría,  destrucción de la médula ósea. A largo plazo, el cáncer  de tiroides o la leucemia son  posibles con radiaciones constantes de 100 mSv, por la retención del yodo reactivo. De ahí que el Gobierno japonés haya distribuido 200.000 dosis de yodo no radiactivo para que saturen el tiroides e impidan la retención del nocivo. También pueden causar deformaciones y mutaciones genéticas en las futuras generaciones. Algo terrible que el pueblo nipón ya tiene la amarga experiencia de haberlo soportado, de manera inclemente, cuando los desastres criminales producidos por las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaky. Y de nuevo, en ese filo de la navaja, huele a tragedia y sabe a muerte, a desolación. Hoy la información es más pesimista que nunca. El nivel de catástrofe nuclear ha pasado de 4 a 5 en la escala Internacional de Eventos Nucleares. Francia va más lejos y le aplica un 6, a un punto de lo que ocurrió en Chernobil. Y mientras, Japón sigue luchando, enviando a la central atómica toneladas de agua para producir su enfriamiento, sobre el que no se es optimista. Es la lucha contra la desesperación de estos héroes que lo llevan a cabo sabiendo que están a punto de ofrendar sus vidas. Pero el honor y la patria están por encima de todo. Hoy anuncian que ya se contabilizan más de 6.900 muertos y que son 10. 300 los desparecidos por el terremoto de Japón. La Autoridades están convencidas de que los fallecidos rebasarán los 10.000. Por su gran número, hay problemas de identificación. Y unas 530.000 personas malviven  en campamentos provisionales de Miyagi, Iwate, y Fukushima. Los inevitables cortes de luz, la ola de frío y nieve son los insoportables  tormentos de tantas personas que lo han perdido todo y viven en el desespero. Nada se sabe de los 7.500 habitantes de Minami Sanriku, la mitad de este pueblo de Miyagi engullido por el mar, aunque se presume huido a otros lugares. O los 8.000 del pueblecito costero de Otsuchi, provincia de Iwate, con el mismo resto de esperanza. Es lo que hay, en este momento, sobre esta colosal tragedia, que se ha producido en Japón, pero que ha podido producirse en otro lugar del mundo, sin duda. No conviene olvidarlo. Esto nos plantea que somos como una cáscara de nuez en manos de la –ella sí- poderosa naturaleza. Esta, con frecuencia, nos muestra sus poderes y nos presenta nuestra fragilidad esencial, nuestra contingencia. Y no acabamos de acostumbrarnos. Y usamos la soberbia y tratamos de someter a nuestros semejantes a la barbarie y a la miseria. Es lo propio de dictadores que se apropian de la sangre y el sudor de sus sometidos. Lo que ha sucedido con Mubarak hace días  y hoy, de forma cruenta, con la estupidez fanfarrona y nauseabunda del iluminado Gadafi. Otro día escribiré sobre él y su ceguera. Se creen absolutos y la única absoluta y poderosa es la naturaleza. Que se lo pregunten, por desgracia, al pueblo japonés; un pueblo admirable ante el que me descubro.