miércoles, 7 de agosto de 2013

La mentira




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La mentira

Mentir es un mal apaño siempre.

Más grave cuanto más alto y poderoso

es el embarrador, e infinito, el número

de sus receptores, y más aún si presume

de fervorosas creencias morales y dogmáticas.

Es la cima de la miseria  y la baladronada.

La vileza típica de los ganapanes políticos,

de los medradores de poder sin mensurar grados,

ni corduras, ni proporciones, del dónde, cuándo

y cómo. Basta con la impostura y la mentira.

El sicofante ya sembró la ceniza,

las poderosas nubes que moverán conciencias

y desvíos para su causa. Esa lluvia

de los nebulones fabrica palmeras

y proclamas y caos y perplejidades.

El cinismo se reviste de sacrosanto

y moralidad pública. Y el poder vulnerado,

el receptor de las bofetadas, perplejo

ante la indecencia honrosa de los dogmáticos

y tragahostias, mira asombrado

a los segadores de la luz y el progreso.

Los vituperados cumplieron su mandato con paz

y justicia y aquéllos  laminaron su camino con rencor.

Jamás aceptaron su derrota, la justa,

la del modesto pueblo. Hoy envenenan

su abrevadero. Los laicos ignoran

los senderos de Dios, dirán sus popes

desde la basílica impoluta, desde el palacio

enjoyado de tesoros incontables,

capaces, ellos solos, de agotar la hambruna

de los hambrientos del mundo. Cristo, el carismático

consolador de pobres, limpiaría sus cenáculos

de riquezas y arrojaría del templo a sus moradores.

Ellos, no reconociéndolo, lo volverían a crucificar.

El oráculo del poder y la mentira,

de la soberbia y la jactancia,

conduce al holocausto de la honesta verdad.

Pero –lo dijo Jesús-,“Quien siembra viento

recogerá tempestades”.

Sevilla, 25 nov. 2005        (De   MANDOBLES DE VERSOS)    

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