El viernes, día 11 de febrero, renunciaba a su poder el presidente egipcio Muhammad Hosni Sayyid Mubarak. En quince días largos de protesta, el pueblo egipcio, reunido masivamente en la plaza de la Liberación, la más emblemática de El Cairo, ha obligado a dimitir al dictador. Llevaba dirigiendo Egipto más de 30 años. Un mes antes, el pueblo tunecino obligaba también a su renuncia a Zine el Abidine Ben Alí por su tiranía abusiva. En estos días, los secuaces de Mubarat, su policía nacional, ha provocado más de 300 muertos, que pedían, como el resto del país, el fin de la dictadura. De momento, se ha disuelto el Parlamento y se redactará nueva constitución de acuerdo con las aspiraciones del pueblo, que no es otro que la de establecer un régimen democrático, con libertad para la creación de partidos políticos y convocar elecciones democráticas y elegir, con ello, un presidente de la república, según votación popular y los años que se estipule de mandato. El dictador, de 82 años –al parecer, enfermo de cáncer de estómago- obligó al ejército a salir a la calle para que hiciese entrar en razón a la población. Pero los generales egipcios, con sentido común y humanitario, no ha propiciado la sangría humana para convencer al pueblo, como así pretendía el dictador, sino que su presencia ha sido testimonial y ha dejado al pueblo ejercer esa soberanía que el propio Mubarak le había confiscado, no acallando protestas, ni gritos, no convenciendo a la multitud a que abandonase la plaza, sino mostrando con su actitud que el ejército estaba con el pueblo, a favor del pueblo y que nunca, en una disyuntiva, por orden expresa de Mubarak, llegaría a disparar contra la multitud. Es todo un ejemplo de comportamiento y de alianza con la masa del pueblo, del que ellos son parte y que están para lo que están, para luchar a favor de su patria y de sus ciudadanos. Los generales egipcios, en este momento crítico, le hablarían con mucha claridad a su presidente. Ellos y los hermanos musulmanes y consejeros, que consideraron que ya estaba bien de opresión, de pobreza, de yugo, de despojo de derechos humanos, de menoscabar la libertad de expresión, de desigualdades y favoritismo, de desvalijar las arcas del tesoro a favor de los poderosos, de Mubarak “quia nominor leo”, que, según cálculos que recojo de la prensa, suma la bonita cantidad de 40.000 millones de dólares, que, traducidos a euros, son nada menos que 29. 500 millones, sumando propiedades y cuentas bancarias en EE.UU, Europa y países del Golfo Pérsico. Cantidad mareante de millones que pueden poner en solfa la no muy boyante economía egipcia. Una inmoralidad incalificable ese robo del dictador a las arcas del Estado, porque supone que sus 30 años de presidencia egipcia le da derecho a ese esquilmo a su pueblo, sin importarle su pobreza y las carencias a la que ha sometido al pueblo durante tantos años y por lo que debe pagar sin paliativos. El ex presidente Mubarak ha huido del Cairo en helicóptero con su mujer y su hijo Gamal, el que él pensaba que sería su sucesor, como si fuera un monarca de la vieja usanza y Egipto, su propiedad privada, que pasara de padres a hijos. Pero, él tan patriota y amante de su pueblo, se ha marchado a la residencia de Sharm el Seij, la preferida por él, a orillas del mar Rojo, al sur del Sinaí, donde él acostumbraba a recibir a personalidades y mandatarios extranjeros, con todo lujo y comodidades. Me temo que su destino final estará fuera de su querido pueblo –tanto lo quería que lo ha dejado exhausto-, quizás en una residencia con sus amigos petrodólares, quizás en Dubai o en Arabia Saudí. Será el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas quien decida su destino final, lo mismo que ha decidido mantener, bajo su tutela, el gobierno de Egipto, para que dentro de seis meses, cuando el país este preparado, puedan permitirse unas Elecciones democráticas y dejar, entonces, su actual mando provisional, en manos del nuevo gobierno, elegido democráticamente por el pueblo. Pero es curioso cómo se originó toda esta movilización popular que ha acabado con Mubarak. Fue a través de jóvenes blogueros que, con misivas entre ellos, a través de sus facebook, pancartas, pintadas, pusieron en alerta a la población, la motivaron bajo el lema de “todos somos Said”, el bloguero de 28 años , capturado y muerto a consecuencia de las palizas brutales que le propinaron los agentes, estos sí, al servicio del dictador Mubarak. Es una buena lección para los dictadores, esos que manejan todos los hilos del país y abusan del pueblo de una manera brutal. Todavía restan regímenes donde los derechos humanos no se respetan y la libertad de las personas está en entredicho. En España padecimos ese terrible mal durante cuarenta años, pero la democracia no se consiguió por levantamiento del pueblo, como ha sucedido en Egipto, sino por la muerte inexorable del viejísimo cacique, de tal modo que aún quedan rescoldos y el fuego todavía no se ha extinguido. De vez en cuando los nostálgicos del viejo régimen añoran los antiguos métodos y echan de menos al general. No entienden la democracia, no quieren democracia y no se avienen a la igualdad de las personas, a esa igualdad entre hombre y mujer, a la igualdad de género entre homosexuales y heterosexuales, etc. Es posible que la valentía del pueblo egipcio, el levantamiento del pueblo egipcio, haya encendido muchas luces en muchos países donde el trato democrático no es aún posible. No diré que la victoria del pueblo tunecino y la del pueblo egipcio, sobre todo contra el todopoderoso Mubarak, vayan a provocar ese efecto dominó que se da en otras parcelas, pero sí hay un viejo refrán castellano muy elocuente y sabio: “Cuando las barbas de tu vecino veas quemar, pon las tuyas a remojar”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario