En 1999, la Asamblea de las Naciones Unidas eligió el 25 de noviembre como Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra la mujer. Cumple hablar de ello. No quiero ser demasiado prolijo. Amén de un machismo exacerbado, de una postura de fuerza cobarde, es un crimen con algunas connotaciones. No se asesina a cualquier persona sino a la propia mujer, a la persona que, se supone, ha sido amada, tal vez idolatrada, con la que se ha compartido parte de una vida para lo bueno y para lo malo, con pasión y deseo durante muchos días y con la que se han engendrado hijos, sangre de la sangre de ambos. Esto es lo suficiente importante para que se considere -al menos yo lo considero-el crimen de los crímenes. Es matar, asesinar lo más querido en un minuto de insensatez, de locura. Debe ser luego terrible el arrepentimiento, la zozobra, la imagen clavada en el alma de la mujer muerta y para siempre. Y más si están los hijos, mentes vivas, conciencias permanentes, recordándoles esa acción nefasta, incomprensible para ellos. Tal vez por eso, esos asesinos, cuando matan a su mujer, muchos se quitan la vida, seguro que para no vivir hasta su muerte con ese tremendo remordimiento. El número de mujeres muertas en este 2010, que aún no ha acabado, suma 63, un número que nos obliga a meditar en esta sinrazón machista. He leído, no recuerdo dónde, que en 11 años han sido más de 600 mujeres las asesinadas. Mujeres de toda condición: jóvenes, maduras, mayores, ricas, pobres, españolas, europeas, sudamericanas sobre todo, de matrimonios, de parejas, de novios y, en su mayoría con arma blanca, a cuchilladas, algunas, con sevicia increíble, descuartizadas etc. Es una crónica negrísima de lo que es capaz de engendrar la relación entre personas que se suponen racionales, civilizadas. ¿Cómo se puede acabar tan bajo? Precisamente lo que, en teoría, más amamos, lo destrozamos, como un niño caprichoso que se dedica a romper el juguete que más quiere. Y luego se ríe de su proeza. Las causas que llevan a esta locura machista pueden ser muchas y no voy a hablar de ellas, solo de sus efectos, que es el asesinato de una persona por ser quien soy, el macho, el dominante, el que no puede soportar tales desmanes de su pareja. Las personas democráticas, hablan discuten sus posturas, llegan a un acuerdo y se separan y, si llega la ocasión, vuelven a rehacer su vida. Los no demócratas y maltratadores no toleran la separación y se convierten en asesinos. Por fortuna ya hay leyes de medidas para la prevención y protección de la mujer valiente que denuncia la violencia de su pareja para defender su integridad personal y en un tanto por ciento muy elevado, se salvaguarda de su incontinente, desalmada y embrutecida pareja. Cuando escucho cualquier violencia de género y los pormenores de la salvaje muerte de la pobre víctima y, en ocasiones, la situación de los pobres niños que han visto, incluso, cómo su querido papá mataba a su madre querida ante sus ojos, una nube negra, penosa, me asola la sensibilidad y parece que algo muy íntimo se me derrumba ante esa canallada. Y a fuer de ser sincero, ya, cuando se habla de una víctima de género, desenchufo la radio o me paso a otra cadena, si la ofrece televisión, durante unos minutos. No tolero esa tristeza, esa brutal conmoción que el salvaje asesinato me produce. Ojalá la comprensión y la igualdad y el respeto de decisiones de las personas nos puedan y nos inviten a meditar a partir de hoy, 25 de noviembre de 2010.
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