Ayer domingo fui a visitar Doñana. Fue una visita para mayores. Y fui con mi mujer. Mañana fría, pero un tiempo espléndido. No voy a hacer un recorrido puntual, sino de los aspectos que más me afectaron. La laguna madre, la Canariega, estaba repleta de agua y con buena presencia de patos. Al final había una colonia de flamencos y me llenaron de emoción No eran muchos, pero su elegancia y su color nieve rosa hacen soñar a mis ojos, hartos de soñar. Nos llevaron por el recorrido norte y añoraba el sur. El norte afecta al Coto del Rey, término de Hinojos, que linda con el Doñana nacional. Es un pinar muy atractivo con pinos robustos y majestuosos. Por allí vimos, a ambos lados, parejas de ciervos, con machos de gran cornamenta a la ida y una colonia de gamos a la vuelta con machos inquietos y desconfiados, mostrando las paletas de su testuz, mientras miraban recelosos a las graciosas y pequeñas hembras que no se inmutaban. Vuelo de ánsares, algún cuervo, tranquilas yeguas paseando en sus lomos a reposados expurgabueyes, así como el blanquecino esqueleto de una yegua atrapada la pasada primavera por las dislocadas aguas de la lluvia intensa de tantos días. Y rebaños de ovejas, tranquilas y pacientes, amén de zapatas de eucaliptos, innumerables, que formaban raras hileras y ayudan a la proliferación de conejos y a las visitas de los linces que acuden a su festín predilecto. Nos adentramos luego en la inmensa y desolada marisma de Hinojos, todavía enteca, a la espera de las grandes lluvias, para convertirse en la madre nutricia de aves de todo signo. Luego, de puntillas, acariciendo el parque nacional, visitamos un centro de exposición y proyección de documentales sobre Doñana, a la vera de pequeñas lagunas donde anidan patos , esta mañana invisibles. Desde allí puede avizorarse, mejor, imaginarse, que a algunos kilómetros se encuentra El Palacio de los antiguos duques, en cuyo patio reposan su enana, pero curiosa existencia, los bonsáis del ex presidente Felipe, siempre generoso y visionario, y las duna de mi emoción, como la de los ánsares, la del trigo, la de Ayala, donde celebrábamos nuestras lecturas de poemas no lejos del mar. El video proyectado, corto y poco atractivo. Desde El Rocío luego, entre los cohetes de turno y un refrigerio, tomamos el coche para el familiar Acebuche, donde hace años vi el único lince de mi vida, detenido como una estatua. Allí, en su gran explanada, plagada de merenderos al aire libre, entre los vistosos rabilargos avizorando migajas para su alimento, colocamos nuestros bocadillos y, tranquilos y felices, los ensilamos con una cerveza. Buen apetito y un tranquilo paseo por una de las rutas trazadas hasta el primer avistamiento de aves entre las pequeñas lagunas que se entrecuzan como en un pequeño juego de espejos por los caños y brazos, como los porrones, el pato cuchara, la malvasía, el somomurjo...Y para completar el retablo, visitamos el Acebrón, con su vistoso palacio de estilo francés y degustamos, en sus dos más importantes salones, los frescos de mi paisano y compañero docente Fernando Carrasco Ferreira con su tinte impresionista tan característico y permanente. La vista del coto, desde su azotea, impresiona por su majestad y la frondosidad del pinar, donde se ahonda y milagrea el arroyo frondoso de la _Rocina que tanto ayuda, con su agua, a la fertilidad del parque. De allí, bordeando la finca, admiramos su majestuoso arbolado, su pinar robusto, lleno de años, donde he contemplado y admirado, al paso, los ejemplares de pinos más esbeltos y hermosos que he conocido jamás. Tal vez ese paseo final por ese trazado de más de un kilómetro, fue donde sentí con más vigor la pujanza de la naturaleza, la vida que sigue viviendo en increíbles muestras de centenares de años. Nosotros a su lado, que presumimos tanto, somos un pequeño trayecto en su historia, que verá pasar a nuestros hijos, a nuestros nietos y tataranietos, y ellos, cada vez más crecidos y luminosos, continuaran siendo una de las páginas más bellas del paisaje y podrán contar los años como nosotros contamos los minutos y tal vez nos quedemos cortos.
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