La represión saharahui llevada a cabo por Marruecos es un acto criminal, a todas luces denunciable. Lo que más extraña es la parsimonia española, la tibia respuesta a Marruecos. Ha sido incapaz de cantarle las cuarenta una vez más, ahora al ministro de interior marroquí después de escuchar su parcial punto de vista. La verdad es que España se niega a incomodar a su vecino. Teme, en el fondo, por sus provincias de Ceuta y Melilla y, a causa de ello, se traga sapos y culebras y pasa de largo ante cualquier punto de colisión con el vecino africano(Ceuta y Melilla son provincias españolas y esto es una verdad inamovible, ajena a toda conversación y chantaje). No me gusta el trato dado a la intervención marroquí, que ha entrado a saco en el campamento saharahui y lo ha reducido a ceniza. Según los periodistas españoles, expulsados por Marruecos y a los que el gobierno de España ha hecho caso omiso -qué vergüenza lo poco que vale para el gobierno la opinión de sus corresponsales- ha habido numerosos muertos y centenares de heridos e innumerables maltratos a mujeres y niños. Marruecos se ha pasado por donde ha querido los derechos inalienables de la persona humana. Y el gobierno español no ha denunciado esta inhumana postura. No se explica. Bueno, no me lo explico...Cuando Franco moría, el presidente en funciones-léase el rey- y el gobierno cometieron uno de los actos más irresponsables de su historia reciente; otorgar la independencia al Sahara y entregársela, no a sus verdaderos propietarios, sino a unos usurpadores. Un acto de traición irreparable con los saharahuis, que, hasta esa fecha eran, sin paliativos, ciudadanos españoles (El Sahara era una provincia española con todos los pronunciamientos, por lo tanto, sus ciudadanos, gozaban de la ciudadanía hispana, es de sentido común). O sea, que en aquel movimiento mesiánico del rey de Marruecos, proclamando la marcha verde y encabezándola hacia el territorio español, el vigor, la entereza y la responsabilidad españolas -por no descender a otros atributos viriles- se vinieron a bajo, y no supieron plantarle cara al rey Hassan y a sus súbditos encadenados. No se atrevieron a mostrar la contundencia necesaria para que esa masa de túnicas blancas y, al parecer, pacíficas, se fuesen a su Marruecos natal con el rabo entre las piernas. Al pueblo español, esa postura cobarde de su gobierno, no le sentó bien, no le agradó. Y cada vez menos. Hoy España es un clamor a favor del pueblo saharaui contra el vandalismo marroquí, porque el pueblo español está a favor del reconocimiento del Sahara en pro de sus moradores naturales, los miles de saharauis hacinados, pero acogidos por Argelia en sus campamentos de Tinduf, etc. en pleno desierto argelino. Allí, viviendo en ínfimas condiciones, rayando lo inhumano, están los verdaderos ciudadanos del antiguo Sahara español.Y cada verano acuden en riadas pequeños saharahuis a la que fue la patria de sus padres y sus abuelos. Pues bien, el gobierno, conociendo cual es la postura del pueblo español, se niega a reconocer la verdad, a dar la cara por esa verdad, que no agrada al pueblo marroquí. Es una de la vergüenzas españolas más denigrantes. El gobierno de España todavía no tiene clara su postura. No se decide a proclamar ante los medios públicos internacionales, la ONU, que su postura pasa por la independencia del Sahara a favor de los saharahuis. Ya que los dejó tirados cuando la muerte de Franco, es incapaz de reivindicarse con este reconocimiento. Y ahora, en este trance miserable, también se siente incapaz de reconocer la verdad de sus periodistas. El PSOE me está decepcionando una vez más por su postura débil, apocada, de complejo, de miedo. Salga el sol por Antequera, por encima de todo está la razón y la Justicia, Sr. Zapatero. Lo siento por mis amigos saharahuis a quienes apoyé y hospedé en casa durante muchos días y me contaron historias increíbles y vergonzosas-que creo a pie juntillas- del gobierno marroquí. Lo siento por vosotros, queridos amigos. Y la mayor parte del pueblo español se une a mi sentimiento. Sólo su gobierno no acepta esa verdad palmaria, no está a la altura de sus circunstancias.
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