38 personas, que viajamos a Alemania- Suiza, en un viaje organizado, al regreso a nuestro país, desde Ginebra, nos vimos impelidos a una espera de algo más de dos horas el día 29 de julio del 2011. El avión, con salida a Madrid a las 19 horas, no lo haría hasta las 21. El retraso puso una nota discordante en nuestro feliz periplo de nueve días por la Europa verde y boscosa del sur de Alemana y de Suiza, nos avinagró el rostro y la esperanza de llegar a nuestro pueblo a las 24 horas. Todos parecíamos presas del desconcierto y aguardamos, como pudimos, en bancos, en paseos más o menos largos por la terminal, acercándonos, de vez en cuando, a algunos de los bares para tomar algún refresco. Cuando ,por fin, nos anunciaron la hora de embarque, un profundo alivio nos invadió desde los pies a la cabeza, sobre todo los que, hasta ahora, jamás habíamos sufrido un retraso en los muchos vuelos efectuados. Pero, bueno, ya estábamos dentro del avión y a esperar, con paciencia, el trasbordo desde Madrid a Sevilla. Algunos pensaban que íbamos a tener dificultades para enlazar con el de las 22 horas. Cuando ya se normalizó el vuelo y el avión tomó la altura deseada, el comandante exculpó el retraso, pidió disculpas, alegando una fuerte tormenta sobre los alrededores del aeropuerto de Madrid, que impidió la normalización de los vuelos. El avión no aterrizaría en el aeropuerto de Barajas hasta después de las 23´30. No dijo nada acerca del enlace o no con el de Sevilla, pero la azafata principal nos pidió que no nos preocupáramos, que enlazaríamos, pues, siendo más de 15 los pasajeros, el avión de enlace en Madrid estaba obligado a esperar, más aún, cuando el contingente se acercaba a las 40 personas. Esta seguridad nos conformó el ánimo. Llegamos a la hora prevista y nos dirigimos a la terminal 4, la enorme, la increíble terminal 4, más enorme e increíble esta noche sin apenas flujo de personas, de pasajeros. Nuestro encargado se dirigió a la Oficina de Iberia y allí se percató de la cruel realidad. Pese a sus obligaciones, el avión de enlace había volado hacia Sevilla, medio vacío de pasajeros. Y la dura realidad era que, a las veinticuatro horas, estábamos allí, en medio del aeropuerto, con caras de tontos, sin saber cuál sería nuestro próximo destino. Nuestro encargado parecía estar con el cerebro plano, pues no tomaba decisión alguna y no funcionaban ni bares, ni restaurantes pata tomar un ligero bocadillo con algún refresco o cerveza. Nada. Algunos, incluso, deberían incorporarse hoy mismo- ya pasaba la media noche- a su trabajo. Lo más lógico y responsable para la poderosa Iberia era fletar un pequeño avión, que debería almacenar para las emergencias, y plantarnos en un vuelo a Sevilla. Era lo que, en justicia, procedía Pero no. Nuestro encargado no lo consiguió. Ignoro si lo pidió y lo exigió con coraje. Lo cierto es que su joven rostro estaba pálido, como desolado. Por fin nos llevo a la oficina de reclamaciones y oficiamos nuestra protesta, pidiendo los hipotéticos daños y perjuicios, que es lo único que podíamos esgrimir, y que quedarían, como siempre sucede, en aguas de borraja. Y ahora aún más la poderosa Iberia se reiría de nosotros. El Estado había dejado escapar su mayoría en la empresa y ya, en la práctica, era una empresa privada más para decidir según sus intereses. Y éramos unos pobre diablos para imponer y exigir nuestros derechos. Larga noche nos esperaba. Larga y hambrienta noche. Iberia sí nos proporcionó un hotel, nada menos que en la calle Atocha, pero sin derecho a cena ni desayuno. O sea, que también nos castigaba –como a los niños malos-, sin comer. Allí pasamos las horas que restaban hasta la vuelta al aeropuerto para tomar el vuelo-ahora de verdad- al de san Pablo, de Sevilla. Cuando llegamos a nuestro pueblo eran las 12 del mediodía pasadas. Doce horas después de lo programado. Era un enorme día de azul y sol. Esto habíamos ganado, pero perdido el frescor y el retinto verde de los bosques, los parques y los jardines de Alemania y Suiza. Me quedé con las ganas de conectar con algún periodista que contase a España lo que Iberia hace con sus viajeros en las horas dificultosas y complejas. Se ríen de sus propias leyes. Pero al cabo de los días pensé que mi ocurrencia era una soberana estupidez y me avergonzaba de mi ocurrencia, que desgrané con muchos de mi compañeros, algunos muy sensatos, que se reirían de mis idealismos, y no les faltarían razón. Porque en este irresponsable país, que también es el mío, este tipo de protestas no tiene sentido y luchar con los poderosos, con esta mafia del poder, no va a ninguna parte y nadie va a prestarte su apoyo, o su mano Lleves o no lleves razón. Las de los poderosos son las que valen y son las efectivas. Tus compañeros te mirarán con cara de lástima y dirán para sus adentros, mientras sueltan su carcajada profunda, que a qué viene esta pica en Flandes. Y me compadecerán y se dirán, más de una vez: este hombre parece que está en la luna; en este país este tipo de ayuda solo es pensable en salsa rosa, en programas del mismo corte, en las revistas del corazón, donde encuentras a los paparachis al vuelo de los escándalos sentimentales o econnómicos delos famosos y famosillos; pero que Iberia deje colgados a 40 personas en el Aeropuerto de Madrid, esto no es noticia para los periodistas y no tiene repercusiones. A pocas gentes interesa en España. Y soy consciente que mi estupidez es grande y que mis compañeros llevan razón. Aquí, el carril, carretero, amigo. Las denuncias a los poderosos irresponsables que cometen este tipo de tropelías o roban a mansalva descapitalizando el país, no llegan a prosperar jamás. Te producen tristeza, cómo no si eres un persona responsable, pero es la verdad, la triste y desolada verdad.
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